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Habitar el Pacífico es habitar la muerte: adiós, amigo

Habitar el Pacífico es habitar la muerte: adiós, amigo


Habitar el Pacífico es habitar la muerte: adiós, amigo

Estas palabras me nacen desde la herida abierta, desde las vísceras, desde la rabia que arde en el pecho. Aquí, donde los ríos y el mar pudieran ser camino y canto, se han vuelto orillas de sangre. En estas tierras nuestras, la vida se disputa con la muerte cada amanecer: hospitales donde se muere por falta de medicamentos y personal, fusiles que deciden el destino, instituciones que asesinan con la burocracia o con las balas. Una geografía del terror donde rogamos a los santos que no seamos nosotros, que no sean los nuestros. Eso tiene un nombre: necropolítica.


Por: Gustavo Adolfo Santana Perlaza 


Y en medio de este paisaje de muerte, el Estado y la fuerza pública se llevaron a un hijo de mi pueblo, a un amigo, a un referente: Fernando Sánchez. Lo vi en la lucha, mayor que yo, siempre firme en los procesos afro estudiantiles, en los grupos juveniles, sembrando. Un hombre con un potencial inmenso, con la fe intacta en que el trabajo duro podía arrancarle a la historia un lugar más digno para los nuestros. En cada tomata de (viche o curados), nos reconocemos con respeto, nos sentábamos a creer que el cambio era posible.


La madrugada de hoy fue un tajao en la carne. Apenas el fin de semana estuvimos juntos, soñando proyectos para nuestro municipio de Mosquera, Nariño, celebrando mis pasos en el doctorado. Me dijo, con esa certeza suya, que ya estaba listo para asumir un ministerio en Colombia. Ayer nos despedimos con un sencillo “chao”. Hoy me toca escribir entre lágrimas esta maldita verdad: que en tiempos de supuestos cambios políticos, la institucionalidad sigue tiñendo de sangre nuestros territorios. Nos excava la tumba, y nosotros también la cavamos, porque si no son los uniformados que dicen garantizar derechos, son los grupos armados —donde también se mezcla nuestra propia gente— quienes nos desangran en las orillas.


Me sigo preguntando: ¿para dónde vamos pueblo? No podemos navegar libres los ríos, el mar, no podemos andar nuestras calles ni nuestros esteros porque la muerte nos acecha. Habitar el Pacífico es habitar la muerte. Y vendrán, como siempre, los militares a justificar el crimen, a legalizar la barbarie, a sumarlo como un número más en sus estadísticas frías. Pero no, no fue confusión, no fue un error: a mi amigo lo mató el Ejército de Colombia. Lo que no alcanzan a comprender es el vacío que dejan: un padre, un amigo, un líder, un trabajador incansable que creyó hasta el final en la grandeza de su pueblo.


Amigo mío, solo me queda decirte: ayupi. Aquí nos quedamos, con la rabia convertida en palabra. Aquí seguimos dando la batalla para plasmar justicia. 


¡Porque estás, y estarás siempre, con nosotros!



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