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Parque Pacífico: ¿Sueño o fracaso?


Parque Pacífico: ¿Sueño o fracaso?

Parque Pacífico: ¿Sueño o fracaso?


El cierre del Festival Petronio Álvarez 2025 nos invita a reflexionar más allá de la música, la danza, la comida y él viche. Cada año, este evento cultural internacional, que reúne a más de 120.000 asistentes y mueve cerca de 30 mil millones de pesos en economía local, según cifras de la Alcaldía de Cali, nos recuerda la potencia del Pacífico como sujeto cultural y económico. Pero al mismo tiempo nos confronta con las deudas urbanas y sociales que siguen sin resolverse. Una de ellas es la incertidumbre que ronda el Parque Pacífico, un proyecto concebido como legado de Jorge Iván Ospina y hoy estancado bajo la administración de Alejandro Eder. 


Por: Jefferson Montaño Palacio 


Este parque, diseñado sobre cuatro hectáreas frente al río Cali, tenía como propósito resignificar un territorio marcado por la indigencia, la farmacodependencia, la basura y la marginalidad. La visión era convertirlo en un corredor cultural y productivo, una apuesta urbana que —como señala Richard Florida (2012) en la clase creativa— reconoce que la cultura puede ser motor de desarrollo económico y cohesión social. El proyecto se proyectó en dos fases: la primera, con stands para bebidas tradicionales; la segunda, con cocinas del Pacífico, una plazoleta de danza, corredores de espacio público y monumentos a la dignidad del pueblo negro-afrocolombiano.  


La inversión inicial ascendió a 35 mil millones de pesos en su primera etapa, recursos que buscaban formalizar y dignificar la economía cultural ligada a las comidas y bebidas ancestrales y sus derivados del viche. En ese sentido, el Parque Pacífico se inscribe en lo que el economista Hernando de Soto denominó “capital muerto”: bienes y saberes comunitarios que, sin institucionalidad ni mucho menos reconocimiento, no logran traducirse en prosperidad. La intención era, justamente, trasformar estas prácticas en economía legal, desarticulando dinámicas ilegales que han captado territorios y juventudes. 


La segunda fase, mucho más ambiciosa, pretendía visibilizar la cocina tradicional afro del norte, centro y sur del Pacífico a través de 16 cocinas comunitarias. Además, de consolidar un espacio permanente para la danza y la música. Un lugar, en suma, donde el Petronio Álvarez no solo ocurriera durante una semana de agosto, sino que se convirtiera en una experiencia permanente de ciudad. Sin embargo, nos dejó para la vida el maestro Jesús Martín Barbero en De los a las mediaciones (1987), los proyectos sociales no se sostienen solo con infraestructura, sino con voluntad política, gestión territorial y participación comunitaria.    

Hoy la realidad es menos alentadora, en donde, revisando informes de la Contraloría Distrital de Cali, muestran que en 2024 la ejecución apenas alcanzó el 4% y en lo corrido del 2025, solo ha crecido un 1%. En términos prácticos, significa un parque paralizado, con riesgos de convertirse en lo que en la jerga de las obras públicas se denomina un elefante blanco. Y aquí me surge una pregunta inevitable. 

¿Cómo es posible que una ciudad que presume en ser la capital de la belleza cultural del Pacífico frene una obra que podría redefinir su relación con la cultura del pueblo negro-afrocolombiano?  

La respuesta no es solo técnica ni económica. Es, sobre todo, política. Mientras Jorge Iván Ospina, hoy embajador de Colombia en Palestina, impulsó el proyecto como parte de un reconocimiento histórico al pueblo afrocolombiano, la actual administración de Alejandro Eder parece relegarlo a un segundo plano. Y como advierte Pierre Bourdieu (1993), “lo que está en juego en las políticas culturales es siempre una lucha por el reconocimiento”, una disputa por quién define qué memorias y qué identidades merecen permanecer.  

Lo paradójico es que, mientras Cali invierte miles de millones en eventos de coyuntura, deja en suspenso un proyecto con capacidad de generar ingresos sostenibles, turismo cultural y, sobre todo, orgullo comunitario. El Parque Pacífico no es una simple plaza; es un escenario de reparación simbólica y económica frente a una población históricamente excluida. Su parálisis envía un mensaje claro: la cultura afro es celebrada en la fiesta, pero marginada en la política pública estructural. 

Ante esta situación, la ciudadanía caleña y las organizaciones afro deben exigir rendición de cuentas. No basta con discursos de inclusión en el Petronio; se necesita garantizar que la inversión pública se traduzca en proyectos de largo aliento. Como sugiere Amartya Sen (1999) en Desarrollo y libertad, el desarrollo no se mide únicamente en crecimiento económico, sino en la ampliación de capacidades reales de las comunidades. Y el Parque Pacífico es, precisamente, una oportunidad para ampliar esas capacidades. 

Por último, se esta en riesgo de convertirlo en un elefante blanco. No es solo económico: es también simbólico. Sería reconocer que el Estado no logra cumplirle al pueblo negro-afrocolombiano, ni siquiera en el terreno cultural, donde las comunidades han mostrado mayor fortaleza. Por eso, más que un llamado a la crítica, esta columna de opinión es un llamado a la acción. Urge reactivar el proyecto con cronogramas claros, participación comunitaria y transparencia en la ejecución. Santiago de Cali no puede darse el lujo de enterrar en el olvido un parque representativo y cultural que podría ser su carta de presentación ante el mundo. 

Finalmente, el cierre del Petronio Álvarez debería marcar el inicio de un debate público sobre el futuro del Parque Pacífico. Como sociedad, debemos decidir si queremos una ciudad que solo recuerde su diversidad una semana al año o una Cali que, con voluntad política, haga del patrimonio del pueblo negro-afrocolombiano una estrategia permanente de desarrollo. En última instancia, la coyuntura es clara: o convertimos el Parque Pacífico en motor de dignidad y prosperidad, o lo dejamos naufragar como un monumento al abandono y la desidia estatal del gobierno de turno.

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