Cilindros en la calle: la seguridad cuestionada de Eder
En Santiago de Cali, la memoria de violencia siempre regresa con formas conocidas pero en escenarios inesperados. Esta vez, los cilindros no fueron dirigidos hacia instalaciones militares, sino hacia la calle, hacia la gente común. Ese simple gesto, ese de orientar la boca de la muerte hacia los peatones, revela una intencionalidad que va más allá del ataque armado: se trata de un mensaje político y social que convierte al ciudadano en el verdadero blanco. Como escribió Hannah Arendt, “la violencia puede destruir al poder, pero es absolutamente incapaz de crearlo”. ¿Qué podrán, entonces, pretender construir quienes deciden que la vida civil es desechable?
Por: Jefferson Montaño Palacio
El gobierno local, encabezado por Alejandro Eder, parece reaccionar más desde la sorpresa que desde la responsabilidad. En contraste con los atentados de junio, esta vez hubo dos capturados y quedo comprobada la participación de hombres vinculados al EMC, lo que confirma lo que muchos sabíamos: que comprar un carro bomba y reclutar a excombatientes no requiere de grandes sofisticaciones, sino de redes mínimas de economía criminal. En ese sentido, como advierte Achille Mbembe, “la necropolítica consiste en decidir quién puede vivir y quién debe morir”. Y hoy, en Cali, pareciera que la frontera entre esas dos decisiones se han vuelto tan delgadas que el gobierno ni siquiera atina a nombrarla.
El detalle de los camiones con placas de Antioquía, de un conductor sin coartada y de los cilindros apuntando a la acera debería llevar a preguntas incómodas sobre la preparación de los cuerpos de seguridad y la capacidad del Estado para anticipar lo previsible. Porque lo era. La reiteración de los hechos, métodos y la facilidad con que los actores armados logran transitar la ciudad evidencian lo que el maestro Zygmunt Bauman llamaría “la fragilidad de los vínculos” en nuestras instituciones: estructuras que parecen sólidas, pero se deshacen al primer contacto con la presión real.
Frente a esto, la narrativa oficial se refugia en gestos teatrales. Don Álvaro Uribe Vélez, grita sobre una supuesta intervención militar extranjera, como si el miedo necesitara ser global para ser creíble. Sin embargo, el problema no está en conspiraciones foráneas, sino en la incapacidad interna en construir políticas públicas en seguridad que respeten la vida civil y protejan la vida de quienes habitan la calle. Lo dijo el maestro Eduardo Galeano: “el miedo gobierna a los que deberían gobernar el miedo”. Y en Cali, los gobernantes parecen gobernados por su propio desconcierto.
El alcalde Alejandro Eder, quien llegó con la promesa de una Cali segura y reconciliada, debe entender que la seguridad no se mide en comunicados, tampoco en redes sociales, ni mucho menos en capturas aisladas. Se mide en la confianza cotidiana de la gente, en la certeza de que los cilindros no están apuntando hacia la acera donde caminan niños, vendedores, madres y trabajadores. Sin esa garantía mínima, cualquier discurso queda vacío. ¡La indiferencia, al final, es más peligrosa que la violencia misma!, advirtió Eliezer Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración nazi. Y la indiferencia se hace evidente cuando los gobiernos normalizan la excepcionalidad.
Finalmente, en este momento, la ciudad necesita más que justificaciones: requiere un plan integral que piense la seguridad como un bien público, no como un espectáculo de control. La violencia en Cali, no es un accidente, es un síntoma. Y, como todo síntoma, insiste hasta que se toca la raíz. Pretender administrar la violencia sin enfrentar la desigualdad, el hambre y la falta de oportunidades es, en el mejor de los casos, ingenuo; es el peor, cómplice.
Los cilindros dirigidos hacia la calle son la metáfora perfecta de un Estado que pierde el horizonte. Mientras las élites discuten geopolítica y calculan réditos electorales, la gente de a pie se convierte en blanco móvil. Preguntar por la responsabilidad de Alejandro Eder no es un gesto de oposición política, sino un acto ético. Pero si en Cali la violencia vuelve a ocupar las calles, no será por sorpresa, sino por omisión.
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