De la esperanza al desencanto: Barack Obama y Francia Márquez
La historia tiene la manía de repetirse con trajes
distintos. Lo que representaron las figuras de Barack Obama en Estados Unidos y
Francia Elena Márquez Mina en Colombia – primera vicepresidenta negra-afrodescendiente
en la historia republicana del país—fue, en su momento, la promesa de una
transformación radical; ética, estética y estructural. Dos liderazgos
negros-afrodescendientes, surgidos de los márgenes, que llegaron al centro del
poder político con el respaldo de amplios sectores populares, progresistas y
racializados. Pero son también dos experiencias políticas marcadas por el
desencanto, la domesticación institucional y corporativa de las ONG y las
tensiones entre representación y transformación real.
Por: Jefferson Montaño Palacio
En la historia contemporánea, pocos eventos han generado
tantas esperanzas y contradicciones como la llegada de figuras
afrodescendientes a las cumbres del poder político en las Américas. La elección
de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos en 2008, bajo una ola de
entusiasmo que lo convirtió en símbolo global del “Yes, we can”. No fue
menor que un país fundado sobre la esclavización de personas africanas y sus
descendientes verán llegar al poder a un hombre negro, culto, elocuente y
carismático. Sin embargo, como sostiene uno de los intelectuales afroamericanos
y filósofo Cornel West, “Obama fue un gestor elegante del imperio
estadounidense.” No es un transformador radical del sistema, sino su renovación
estética […]. Bajo su gobierno, el Wall Street fue rescatado mientras Main
Street se hundía y, aunque promovió avances como el Obamacare, no desmontó ni
confrontó las raíces del racismo estructural, el complejo militar-industrial o
la supremacía blanca (West,2017). Durante sus dos mandatos (2009-2017), su
figura terminó por encarnar los límites de una democracia racial simbólica en
un sistema neoliberal. El asesinato de Michael Brown en Ferguson, el ascenso
del movimiento Black Lives Matter y el aumento de las deportaciones durante su
administración son síntomas del divorcio entre el símbolo y la sustancia.
Por otra parte, en Colombia, la elección de Francia Elena
Marque Mina, su llegada representó algo incluso, más radical. Su presencia en
el poder en 2022, con una fuerza distinta y representante sin duda, hitos
históricos en la lucha por la justicia racial, telúrica, profundamente
Latinoamericana. Mujer negra-afrodescendiente, madre cabeza de familia, víctima
del conflicto armado interno, defensora de derechos humano y ambiente, ganadora
del premio Goldman, Francia Elena encarnó la rabia y la esperanza de los
pueblos excluidos. Su consigna “vivir sabroso y hasta que la dignidad se
haga costumbre” fue más que una metáfora: Se trataba de una apuesta civilizatoria
contra el racismo, el extractivismo y el patriarcado. Sin embargo, su paso por
la vicepresidencia parece haber entrado en una espiral de desgaste y asedio. Pero
como advierte la filósofa afrocaribeña Sueli Carneiro, “la representación no
garantiza redistribución ni poder efectivo” (Carneiro, 2019).
No obstante, la experiencia de ambos líderes nos deja
lecciones profundas sobre los límites estructurales del poder, las tensiones
entre identidad y proyecto político, el riesgo de convertir los símbolos en
sustitutos de las transformaciones sustanciales.
La narrativa oficialista la arrinconó en funciones
protocolarias y simbólicas, mientras que sectores del establecimiento (la
derecha colombiana e internacional) — e incluso del propio progresismo blanco— la
convirtieron en chivo expiatorio de sus frustraciones políticas. Como lo ha
dicho la académica, intelectual y activista colombiana Aurora Vergara Figueroa,
“el racismo no se detiene ante la presencia de una mujer negra en el poder,
se reinventa para deslegitimarla”. Y es que el problema nunca fue Francia
Elena, sino un país que no esta preparado para ser gobernado por una mujer
negra-afrodescendiente, irreverente y contestataria.
La inminente renuncia de Francia Elena Márquez Mina, ante
el Gobierno del Cambio, que se anuncia para horario prime time (horario
estelar), como un acontecimiento historico-mediático, deja varias lecciones
dolorosas. La primera, el poder político no es neutral, y los sujetos
racializados se les permite estar, pero no transformar. La segunda, la
representación sin redistribución es una trampa simbólica. No es endosable. La
tercera, en contextos tan desiguales, la política institucional puede
convertirse en una jaula dorada donde las apuestas emancipadoras son
domesticadas o saboteadas.
Como decía Bell Hooks, “la representación es
importante, pero no suficiente. No basta con vernos en los lugares de poder si
las estructuras que sostienen ese poder siguen intactas”. Hoy más que
nunca, se hace urgente un balance autocritico de las izquierdas
latinoamericanas, de sus practicas racistas encubiertas y de sus
contradicciones en la redistribución del poder real. Porque no puede haber
justicia social sin justicia racial.
Finalmente, puedo decir que tanto Obama y Francia Elena,
cada uno en su contexto, nos muestran que la política de la esperanza tiene
sentido solo si se convierte en política de transformación estructural. De lo
contrario, apenas un performance de inclusión sin contenido. Tal vez el legado
más potente de Francia Elena Márquez Mina no esté en su paso por la
vicepresidencia, sino en lo que hizo antes de llegar al poder… Y en lo que hará
después de salir de él.
La pregunta no es si fallaron individualmente, sino si
nuestras expectativas fueron estructuralmente ingenuas. ¿Puede una persona
negra-afrodescendiente, por más brillante o comprometida que sea, transformar
desde adentro un aparato-estructura que históricamente ha oprimido a su pueblo?
¿O es necesario, como plantea autores como Frantz Fanon y Angela Davis,
repensar el poder desde otros paradigmas, fuera de la política tradicional?
Como dice un proverbio africano “cuando el tambor cambia su ritmo, los pies deben cambiar su danza”. Y es posible que estemos, justamente, ante el cambio de ritmo que nos exige otro modo de caminar hacia la libertad.
1 Comentarios
Estimado Jefferson, me complace identificarme con su oportuno relato. Creo firmemten que ha cambiado el ritmo del tambor y por tanto debemos cambiar los pasos hasta ahora dados
ResponderEliminarTenemos hoy nuevas herramientas, nuevos actores, pero las regiones y las micro culturas zonales imponen otras miradas, pu s estás plantean nuevos vicios, nuevas costumbres.