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La guerra sin rostro: operaciones psicológicas y la hegemonía en crisis


La guerra sin rostro: operaciones psicológicas y la hegemonía en crisis

La guerra sin rostro: operaciones psicológicas y la hegemonía en crisis

En la era de las guerras invisibles, el enemigo ya no viste uniforme ni desfila por las fronteras; se filtra en las redes sociales, se esconde en discursos de polarización, siembra caos en los cuerpos de seguridad y aparece en forma de atentado político o crisis económica. La reciente entrevista al exteniente general Scott Ritter, exdirector de inteligencia del Ejército de los Estados Unidos (DIA), revela un oscuro plan de operaciones psicológicas activas en América Latina, orquestadas según los manuales del ideólogo Gene Sharp y, dirigidas desde los sectores más reaccionarios del Partido Republicano de EE.UU.  

 

Por: Jefferson Montaño Palacio

Ritter no es cualquier opinador marginal. Como analista en geopolítica internacional, con décadas de experiencia en los aparatos de inteligencia del Pentágono, sus palabras pesan, sobre todo, cuando señala con nombre propio a los responsables. Marco Rubio, exsenador ultraconservador, quien actualmente es el Secretario de Estado de los Estados Unidos, y los sectores que, desde el Congreso de EE.UU., pretenden mantener a flote a un Donald Trump cada vez más cercano por sus propias contradicciones y causas judiciales. Para eso necesita enemigos externos. ¿Y qué mejor que vivir de la Doctrina Monroe con una nueva cruzada anticomunista, esta vez camuflada bajo los ropajes de la democracia y el antiterrorismo?

Los objetivos están trazados por los gobiernos progresistas de Latinoamérica que osan construir un horizonte alternativo a la hegemonía estadounidense. En la mira, según Ritter, están los presidentes Gustavo Petro Urrego de Colombia, Lula da Silva de Brasil, Claudia Sheinbaum de México, e igualmente, los gobiernos de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, a quienes la narrativa oficial califica como “dictadores”. Más allá de las diferencias entre estos gobiernos, hay un hilo conductor que los une: todos representan, a su manera, un quiebre con la lógica extractivista, militarista y neoliberal impuesta por Washington durante décadas.

Estas guerras ya no necesitan ni mártires ni drones. Se trata de operaciones psicológicas de lago aliento, donde el terreno de combate es la subjetividad. Como bien advertía el pensador y filósofo esloveno Slavoj Zizek, “en tiempo de crisis, la ideología se cuela precisamente en los que parece neutral, objetivo, normal”. Las “Fake News”, los atentados selectivos, los discursos de odio y la criminalización de lideres sociales, se convierte en herramientas de desestabilización, difíciles de rastrear, imposibles de atribuir formalmente al Departamento de Estado.

Colombia es un caso emblemático. El atentado contra el Senador Miguel Uribe Turbay, en sus inicios de la agenda electoral, parece sacado de este libreto. Aunque algunos sectores culpan rápidamente al gobierno Petro o a disidentes armados, pocos se atreven a mirar las allá; el arma utilizada proviene de California, EE.UU., como si eso no fuera mas que un dato anecdótico. En un país donde el 75% del armamento oficial proviene de EE.UU., y donde existen bases militares norteamericanas operando con soberanía limitada, ¿Es impensable que una operación encubierta este en marcha? El Investigador, docente y sociólogo Atilio Borón PhD, lo ha dicho sin ambigüedad: “Estados Unidos no tiene aliados, tiene interés”. Y cuando su poder decline, como ahora en un contexto de recesión económica, la inflación desbordada, fragmentación política interna y la emergencia de nuevos polos globales como China, Rusia o los BRICS, la salida vuelve a ser la guerra. Una guerra global, pero con múltiples frentes locales: Ucrania, Palestina Taiwán, Irán y, si, también América Latina.    

Esta política de desestabilización no es nueva., La vimos en Guatemala con Árbenz, en Chile con Allende, en Nicaragua con los sandinistas. La novedad radica en los métodos. Hoy, la desinformación digital, el Lawfare y los atentados “menores” crean una atmósfera de caos propicia para justificar la intervención o el colapso interno. Lo que se quiere destruir no es un modelo económico en sí, sino la idea misma de soberanía.  

La izquierda Latinoamericana, dividida, enfrenta este reto con limitadas herramientas. El progresismo sin una lectura crítica de la geopolítica queda desarmada frente a estas nuevas formas de guerra. Como decía el pensador ecuatoriano Bolívar Echeverria, “el enemigo moderno no se presenta con rostro humano; se filtra en nuestras formas de vida, en nuestros hábitos y hasta en nuestras esperanzas”.

Mientras tanto, lo pueblos siguen pagando los costos: lideres asesinados, territorios militarizados, discursos despolitizados. La hegemonía en crisis, como un león herido, ruge con más violencia. Pero también revela su vulnerabilidad. Porque cuando una potencia necesita apelar al caos para sostener su liderazgo, lo que demuestra no es fortaleza, sino miedo. Ese mismo que nos han querido meter en Cali, Valle del Cauca y Cauca, en los últimos días con los diferentes atentados y muertes de personas inocentes, a ellos y sus familias mi más sentido pésame y abrazo solidario.  

¡Y ya saben que el miedo es el principal defecto del fin!

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