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Fernando Maclanil: el Quijote afrocolombiano


Fernando Maclanil: el Quijote afrocolombiano
Foto: Archivo personal | Fernando Maclanil. 


Fernando Maclanil: el Quijote afrocolombiano 

En el corazón verde del departamento del Cauca, donde el cielo se abraza con el cálido ambiente de los ecos de las pacoras de Villarrica, nació el poeta y escritor  silente el 16 de marzo de 1976, Fernando Maclanil Lucumí, el menor de una numerosa familia afrodescendiente, fue desde niño testigo de los ritmos cotidianos del pueblo y de las heridas abiertas por una historia no contada. Hijo de Otoniel Mancilla Lucumí y María Lilia Portocarrero Vásquez, Fernando comenzó a mirar el mundo con los ojos de la palabra. Desde los días escolares en La Pola y Simón Bolívar, en su tierra natal, la semilla de la poesía ya germinaba como resistencia, como aliento, como futuro. 

A los quince años, la poesía se convirtió en su refugio y bandera. No fue casualidad que, apenas un año después, representará con orgullo al suroccidente colombiano en Colcultura, llevando en su voz el eco de su pueblo. Así empezó un largo viaje, no solo académico, sino espiritual, político y profundamente humano: la construcción de una voz literaria que narra las verdades negras, las alegrías silenciadas, los dolores comunes y las esperanzas que aún no se atreven a hablar.

Foto: Archivo personal | Fernando Maclanil, en Popayán, Cauca.                                                                                 

Fernando fue testigo —y actor— de una Villarrica en transformación. Cuando el corregimiento se convirtió en municipio en 1998, no se limitó a observar: escribió. “Negro y blanco”, su primera novela, fue un acto de memoria y denuncia, una advertencia literaria sobre el intento institucional de fracturar el alma común de su gente. Desde entonces, ha escrito con la convicción de que las revoluciones verdaderas comienzan en el alma. Derrotar el endorracismo, descolonizar la mente, sanar los traumas heredados, es para él el principio de toda liberación.

Su camino profesional, lejos de ser lineal, ha sido un tejido de oportunidades y luchas. En 1996, entró como asistente a la carrera de Literatura en la Universidad del Valle, pero pronto encontró sentido en la docencia en el Núcleo Escolar de Villarrica. Años después, en 2001, ingresó a la UNAD a estudiar Psicología Social, carrera que culminó en 2006. Entre letras y saberes, construyó una mirada crítica sobre su tiempo y su comunidad, entregando esa mirada tanto en el aula como en el papel.

Foto: Archivo personal | Fernando, su esposa actual e hijastro. 

Padre amoroso de Génesis y Gabriela, abuelo reciente de Kataleya, su vida familiar ha sido también parte esencial de su obra. Compartió veinte años de vida con la poeta Olga Rocío Ledezma Iriarte, madre de sus hijos, compañera de letras y causa. Hoy, su corazón camina de la mano de Yaneth Quiñonez Alegría, musa de su primer libro y amor reencontrado. Con ella y con Juan Daniel, su hijastro estudiante de literatura que prepara su tesis sobre El Quijote de la diáspora, comparte también el legado de la palabra.

Foto: Archivo personal | Fernando, Muntú Bantú y Jhon Tovar.                                                                                         

Fernando vive en Cali desde 2016, pero su alma sigue firmemente sembrada en Villarrica, Cauca, en los caminos de tierra, en los relatos no escritos, en los sueños postergados de los suyos. Su literatura no es ornamento, es herramienta: predijo en 2015 el despertar político afro con su novela Una tragedia feliz, anticipando el triunfo histórico del pueblo colombiano en las urnas con la elección de Francia Márquez Mina como vicepresidenta.

Foto: Archivo personal | Fernando y su señora madre Maria Lilia Portocarrero.                                                                                 

Fernando Maclanil, no ha buscado el reconocimiento fácil. Su obra no grita desde vitrinas, sino que susurra desde las aulas, las bibliotecas comunitarias, los talleres literarios y los corazones de los jóvenes que aprenden con él que escribir también es resistir. Poeta, docente, padre, abuelo, investigador y soñador persistente, es un ejemplo de cómo la palabra puede ser raíz, tambor y camino. Su vida es testimonio de que transformar el mundo empieza por nombrarlo.

Foto: Archivo personal | Fernando Maclanil, en una jornada laboral. 

Por último decir, Fernando no solo es un escritor afrocolombiano. Es uno de los nuestros. Y como los suyos, no se rinde, no se calla y no se olvida.


Por: Jefferson Montaño Palacio 


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