Woslher Castro Sinisterra, el Rey del cuidado
En lo profundo del litoral pacífico
colombiano, donde la selva abraza al río y los cantos de marimba acompañan las
labores del día, nació Woslher Castro Sinisterra,
el hijo de la brisa del río Timbiquí, nieto del tambor y del fogón, forjado
entre las manos sabias de quien fabrica el elixir del amor, su madre y los
acordes de guitarra de su padre. Su cuna fue el canto de los grillos, su
arrullo, el murmullo de las aguas, y su infancia, un tejido de dulzura, cuidado
y rebeldía.
Desde pequeño, supo que el río no era
solo agua: era también vida, memoria y peligro. Lo aprendió cuando sus padres
lo miraban con ojos temerosos cada vez que se aventuraba sin permiso a sus
orillas. El río se cobraba vidas, decían, y entre esas, algunas eran de sus
amigos. Aun así, la infancia de Woslher fue feliz, marcada por el amor de una
familia extensa, como manda la tradición afro del Pacífico: padres, abuelos,
tías, tíos, primas, primos, vecinos… todos eran una sola comunidad, un solo
tambor latiendo al unísono.
Desde Timbiquí, ese rincón de resistencia y dignidad, Woslher salió con una beca bajo el brazo y un sueño en el corazón: formarse. Y lo hizo. Llegó a Cali, “la sucursal del cielo”, para estudiar Antropología en la Universidad Claretiana. Allí comenzó a dar forma a lo que él llama “La antropología de orilla”, esa que no mira desde arriba, sino desde adentro; la que no estudia a los pueblos, sino que dialoga con ellos; la que no traduce saberes ancestrales a códigos académicos, sino que los honra como conocimiento legítimo y vital para la vida.
Y es que Woslher nunca ha renegado de su
raíz. Al contrario, la ha defendido con pasión y ternura. Su historia está
tejida de palabras mayores: justicia, cuidado, comunidad, dignidad, pueblo. Muy
pronto, su voz comenzó a resonar en espacios donde antes solo llegaban ecos de
las élites. Fue docente en la Universidad Javeriana, en ICESI (en el Observatorio
para la Equidad de las Mujeres); y desde cada aula, sembró conciencia, abrió
ventanas y sacudió conciencias.
Sin embargo, la violencia que acecha a
Timbiquí como a tantos territorios olvidados de Colombia lo llevó a radicarse
de forma permanente en Cali, su otro lugar de origen. Pero ni el desarraigo ni
la distancia lograron cortar el cordón umbilical que lo une a su tierra, justo
a la orilla de un palo de limón del río Timbiquí.
Años más tarde, con la mochila cargada
de saberes populares y académicos, llegó a Bogotá. El Ministerio de Igualdad y
Equidad lo recibió como lo que ya era: el Rey del Cuidado.
Porque para Woslher, el cuidado no es un concepto de escritorio ni una moda
política: es un acto radical de amor colectivo. Y no puede pensarse solo desde la
Universidad Javeriana ubicada en el barrio Chapinero ni desde las teorías
feministas blancas del norte global situadas en la Universidad de los Andes. El
Rey del Cuidado señala que “debe
tener acento afro, palenquero, raizal, indígena; debe oler a sancocho y sonar a
marimba”.
Con orgullo, defiende una postura: si el
feminismo no es antirracista, no será. Si las políticas de cuidado no se
construyen desde los territorios, no serán sostenibles. No basta con decretos
ni con cátedras. Hay que escuchar las voces de las abuelas que curan con
plantas, de los padres que protegen con música, de las madrinas que corrigen
con dulzura. Hay que volver a la raíz.
La suya, profunda y fértil, le fue sembrada por sus padres. Su padre, Efigerio Castro Carabalí, músico tradicional de guitarra; su madre, María Severiana Sinisterra Montaño, maestra de bebidas ancestrales del Pacífico sur. Son ellos sus referentes políticos, porque de ellos aprendió lo más importante: que el conocimiento se mama en la olla, se aprende en el patio, se comparte en el canto. Su madre le decía: “La herencia que les puedo dejar es la educación”, y esa frase lo persigue como un mantra que lo guía en cada paso.
A los 17 años ya gerenciaba campañas
políticas. Tenía claro que la palabra era poder, y que desde joven había que
luchar por el bienestar colectivo. Así nació Jóvenes en Puja,
una organización que hoy, diez años después, sigue acompañando procesos
sociales, sembrando esperanza en las nuevas generaciones.
Pero Woslher no se detiene. Se ha
formado como especialista en políticas del cuidado y género en Flacso Brasil,
espera graduarse en septiembre como especialista en desarrollo territorial, y
cursa una maestría en derechos humanos en la Universidad Davinchi de México.
Todo eso sin perder de vista lo más importante: ser padre de Paula
Andrea y Woslher Amir, su motor,
su alegría, sus razones para seguir soñando un mundo más justo.
Su corazón late al ritmo del Pacífico. Es percusionista, discípulo de la escuela del maestro Carabalí, y miembro de la Red de Catadores del Pacífico, esa enorme familia que le dio las herramientas simbólicas para saber ser parte de algo más grande que él mismo. “Todo lo que soy, dice, es el resultado de haber colado en una sola olla los saberes académicos, los ancestrales y los vivenciales. Y el cuidado, ese que aprendí de mi madre, es hoy mi bandera”.
Hoy, cuando el país reclama nuevos
liderazgos, Woslher levanta su voz como uno que viene de las orillas, pero que
ha caminado con firmeza hasta el centro, no para quedarse allí, sino para
llevar a otros, para abrir caminos. Porque entiende que las nuevas economías,
los nuevos liderazgos y las nuevas políticas deben nacer desde los territorios,
desde la raíz, desde esa infancia donde los mayores corregían con cariño, no
con violencia.
“Aprendí que para encontrarse uno tiene que buscar en la raíz, en el pueblo, en la tierra, en la familia, ahí donde algún día tú fuiste feliz”. Me encanta esta canción del Grupo Bahía. Woslher, el Rey del Cuidado, lo sabe: cuidar también es recordar de dónde vienes.
Y
desde allí, desde el Timbiquí que lo vio nacer, hasta la fría Bogotá que hoy lo
escucha y lo ve pasearse, Woslher nos invita a repensar el país con ternura,
con dignidad y con raíces. Porque solo así, con amor y con memoria, es que se
construye un futuro justo para todos.
Por: Jefferson Montaño Palacio
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