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Recuperación e innovación del patrimonio naval


Recuperación e innovación del patrimonio naval

Recuperación e innovación del patrimonio naval

En la vasta geografía colombiana, donde los ríos serpentean entre montañas y desembocan en los océanos que abrazan nuestro territorio, late una historia olvidada: la de la navegación y la construcción naval. Econavalco nace como un espacio de intercambio generacional, donde saberes ancestrales, prácticas artesanales y visiones modernas confluyen para rescatar un arte en peligro de extinción. Nuestra propuesta apunta a revalorizar las técnicas de construcción naval desarrolladas por las comunidades fluviales y costeras, guardianas de una memoria que el centralismo ha relegado al silencio.

Por: Carlos Ángulo 

Colombia, por su ubicación privilegiada entre el océano Pacífico y el mar Caribe, debería figurar entre las naciones con mayores avances en ciencia y tecnología naval. Sin embargo, la historia se torció. La mirada andino-centrista que heredamos del periodo colonial impuso un modelo de desarrollo orientado al transporte terrestre, desatendiendo sistemáticamente las dinámicas fluviales y marítimas. Este sesgo no solo invisibilizó a las regiones costeras y ribereñas, sino que también rompió la relación vital de muchas comunidades con sus aguas.

Durante siglos, la navegación fue esencial para conectar territorios, transportar mercancías y fortalecer vínculos culturales entre pueblos. La construcción naval artesanal floreció en torno a esta necesidad. Pero el avance de la modernidad —encarnada en la industria automotriz y la aviación— relegó este saber a los márgenes. Así, mientras otros países consolidaban flotas y capacidades tecnológicas, nosotros dejábamos morir el conocimiento popular con cada maestro carpintero naval que partía sin discípulos.

Hoy, grandes empresas dominan las actividades fluviales: transporte, pesca, turismo. Pero las comunidades, desprovistas de herramientas, recursos y políticas que les permitan autogestionarse, han perdido autonomía. Lo que alguna vez fue una práctica cultural cotidiana la navegación y la construcción de embarcaciones propias es ahora una actividad ajena, controlada por el mercado y desconectada del territorio.

Frente a este panorama, proponemos una visión transformadora: crear una escuela de construcción naval moderna, que rescate el patrimonio marítimo-histórico y lo potencie con las técnicas más avanzadas del mundo. Una escuela que forme a jóvenes en situación de vulnerabilidad económica y social, y que convierta este arte en un motor de inclusión, desarrollo productivo y cohesión territorial. La propuesta no es nostálgica: es estratégica.

Sabemos que la construcción naval del siglo XXI se apoya en nuevos materiales y técnicas (fibra de vidrio, metales ligeros, contrachapados modernos). No pretendemos quedarnos anclados en el pasado, sino integrar la sabiduría tradicional con la innovación tecnológica. Para ello, impulsamos alianzas con pueblos del mundo que han sabido preservar y actualizar su tradición naval. Queremos aprender, compartir y proyectar nuestro conocimiento al futuro.

Esta apuesta también incluye la recuperación del patrimonio arquitectónico naval. En nuestra investigación encontramos que esta profesión está en vía de desaparición. La falta de incentivos, formación técnica y políticas de fomento en las regiones costeras impide su transmisión generacional. Mientras tanto, países vecinos como Ecuador fortalecen sus capacidades: construyen sus flotas en Manta y pescan en nuestros mares gracias a convenios firmados por el gobierno colombiano. ¿No es esto una alerta para actuar?

El reto es enorme, pero también lo es el potencial. Colombia tiene más de la mitad de su territorio conectado por ríos. Para muchas regiones como el Pacífico, la Amazonía o el Magdalena Medio la infraestructura no puede ser otra que la fluvial. Hablar de trenes o metros en estas zonas es absurdo; la solución está, literalmente, en el agua. La infraestructura naval no es solo un medio de transporte: es una herramienta de integración, de soberanía económica, de revitalización cultural.

Rescatar y desarrollar las técnicas de construcción naval implica, por tanto, modernizar los territorios a partir de su identidad. Permitirá transportar la producción agrícola, mejorar la infraestructura pesquera, dinamizar el turismo y generar nuevos mercados subregionales. Más aún, contribuirá a reconectar pueblos culturalmente hermanos en un intercambio que dignifique la vida y potencie la economía popular.

Este debate es urgente. Vivimos en un siglo donde el Pacífico se consolida como epicentro del comercio global. China, Corea del Sur y Japón, entre otros, han demostrado que el desarrollo naval es sinónimo de poder económico. Si queremos dejar de ser un país de espaldas al mar, debemos construir una política pública robusta, intersectorial y territorialmente situada que recupere esta industria como patrimonio estratégico.

La frase con la que cerramos esta reflexión no es una hipérbole, sino una declaración política: “la construcción naval hoy, para nosotros, es mucho más que el metro para Bogotá”. Porque no se trata solo de barcos. Se trata de futuro. De identidad. De justicia territorial.


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