Nació en Tumaco en 1970, entre el murmullo del mar y la cadencia de los tambores que hacen del Pacífico un territorio de resistencia y memoria. Hijo de don Arístides Obando y doña Zuly del Carmen Cabezas Plazas, creció en el barrio La Calavera, con los pies descalzos sobre la arena y el corazón abierto a la vida comunitaria. Allí, entre juegos de infancia y aprendizajes tempranos, comenzó a forjar el carácter de un hombre que llevaría consigo la fuerza de sus raíces.
Su niñez transcurrió en la Escuela Francisco de Paula Santander y luego en el Liceo Nacional Max Seidel, donde pronto se destacó como estudiante brillante y atleta disciplinado. La comunidad lo recuerda como un joven inquieto, de mirada curiosa, que ya dejaba entrever la claridad intelectual que lo distinguiría. Al graduarse con honores, partió a prestar servicio militar a los 19 años. Esa fue la primera gran despedida de su tierra, la primera vez que el hijo del Pacífico emprendía camino lejos de Tumaco.
Cali lo recibió en 1990 y, allí, permaneció hasta el 2006. En esa ciudad, que se volvió escuela y hogar, cursó estudios de Filosofía en la Universidad del Valle y Derecho en la Universidad Santiago de Cali. No solo aprendió, sino también enseñó. En colegios dictó Ciencias Sociales y Filosofía, mientras que en el año 2000, dio un salto mayor para convertirse en profesor universitario en instituciones como la Universidad del Valle, La Universidad Libre y la ICESI. Allí forjó amistades entrañables y consolidó su vocación académica. Con gratitud recuerda a maestros como Rodrigo Romero, mentor en sus años de pregrado, y a Delfín Ignacio Grueso, su director de tesis de maestría y amigo entrañable hasta hoy.
En 2006, Popayán se convirtió en su nuevo destino. Gracias a un concurso de méritos, ingresó como profesor de planta en el programa de Filosofía de la Universidad del Cauca. Desde allí, su pensamiento se expandió y lo llevó hasta Cuernavaca, México, donde adelantó su doctorado. Su vida académica le permitió cruzar fronteras y dejar huella en países como España, Ecuador, Chile, Guatemala y Perú, entre otros. Donde iba, llevaba con orgullo la raíz afrocolombiana y la memoria de su Tumaco natal.
Pero no solo ha sido maestro en las aulas. También lo ha sido en la vida. Como padre, guía a sus cuatro hijos: Nicolás, psicólogo con maestría en educación; Sergio, estudiante de Derecho; María, quien culminó el bachillerato; y Naomi, la más pequeña, que hoy cursa quinto de primaria en el municipio de Popayán, Cauca. Como hermano, ha compartido el camino con sus siete hermanas, siendo él el único varón y el tercero en la línea familiar.
Sus referentes han sido grandes luchadores de la dignidad afro: Benkos Biohó, Martin Luther King y académicos como el filósofo afroamericano John Rawls, a quien conoció de cerca. Desde joven se vinculó al activismo: participó en el movimiento ¡Tumaco Alerta!, durante el histórico “Tumacazo”, y se comprometió con la defensa de los derechos civiles y políticos en el que condujo a la creación años después de la Ley 70 de 1993.
Hoy, desde su voz de académico e intelectual afro, insiste en que las nuevas generaciones deben tener oportunidades reales para transformar su calidad de vida. Llama a que los afrodescendientes aprendan a moverse en la interculturalidad y la globalización, con conciencia de quiénes somos y hacia dónde vamos. Sabe que el futuro requiere científicos, artistas, pensadores y líderes que llevan consigo la memoria de su pueblo sin renunciar a la universalidad.
Su vida también guarda gestos entrañables: como aquel adolescente que, con la ayuda de los hermanos Willington y Alberto Guagua, levantó su primera sastrería en Tumaco, descubriendo que el trabajo digno también es una forma de aprendizaje.
Esa experiencia temprana lo marcó, recordando siempre que ningún reconocimiento sobre, que todo esfuerzo engrandece.
Hoy, al mirar atrás, la historia de Arístides Obando Cabezas, no es solo la de un profesor. Es la de un hijo del Pacífico que supo transformar la adversidad en sabiduría, la educación en servicio y, la memoria en compromiso. Un hombre que lleva consigo la certeza que el mar de Tumaco no solo lo vio nacer, sino que lo acompaña en cada paso de su vida como eco profundo, como una tambora que nunca deja de sonar.
Por: Jefferson Montaño Palacio
0 Comentarios