En una casa modesta del barrio Villanueva, en
Santiago de Cali, nació una mujer con alma de río y voz de viento cálido. Se
llama Milena Olave Hurtado, quien nació para resistir, para sostener a los
suyos con ternura, para sembrar dignidad en medio de las ruinas.
Su infancia fue un ir y venir entre los verdes
de Zarzal y los bullicios de Cali, donde vivió en el barrio Fátima,
hasta que un día el río Cali, convertido en torrente desbordado, barrio con su
mundo el 20 de mayo de 1971. La furia de las aguas les dejó solo ropa puesta y
un aula escolar les dio refugio durante meses, hasta que el destino los llevó
al barrio San Marino, en la Comuna 7 de Cali, donde nacieron nuevas raíces.
Pero la vida de Milena no se dejó atrapar por la tragedia. Con el corazón hinchado de sueños, participó en los VI Juegos Panamericanos gracias al gesto de una compañera de colegio que le regaló el uniforme. Aquel acto de solidaridad fue una semilla que terminó en su conciencia y le enseñó el poder de las manos que se extienden.
Hija de Fidelina
Hurtado, chocoana de Istmina, y José Antonio Olave, guapireño del
Cauca profundo, Milena es la síntesis luminosa del Pacífico colombiano:
resiliente, luchadora, tejida con tambor y resistencia.
Madre de Lizeth Johanna, a quien crío con
manos de abuela joven y voz de madre antigua, sin el apellido de un padre ausente,
pero con todo el amor de una mujer valiente. Cuando su madre alzó la voz por el
qué dirán; Milena respondió con la claridad de una generación que ya no se
arrodillaba:
“¿De qué me ha servido tener el apellido de mi papá si él se fue?”
Su hija, Liz, nació para hablar de política
desde los cinco años. Ocupó el tercer lugar en las pruebas ICFES, ingresó a estudiar
Comunicación Social en la escuela de la Universidad del Valle, resistió los
paros con la paciencia de quien sabe que el conocimiento no se negocia. Se volvió
especialista, maestra en Sociología de la Cultura, caminante de pueblos, pensadora
en Argentina, voz firme en Chile y México.
El año 1980, marcó el inicio de una historia de
amor inquebrantable con EMCALI, donde empezó como operadora en la Telefónica
Centro. Desde entonces, recorrió con pasos firmes las plantas de energía y las
sedes de comunicación: Diesel I, Río Cali, Versalles, Colón, Limonar, dejando
en cada rincón una huella de compromiso y trabajo digno.
En 1989, cuando la violencia desapareció al
esposo de su amiga Ana Yolanda Quintero, el dolor se transformó en decisión.
Fue ella, Ana Yolanda, quien un día
en la Planta de Acueducto Calle 13 le dijo: “Estudia psicología”. Y Milena le hizo caso. Porque siempre
escuchaba con el alma. Porque entendió que acompañar a otro también es una
forma de sanar.
Ingresó a estudiar psicología en 1997 y se
graduó en diciembre de 2002, aunque Ana Yolanda, ya no está para aplaudirle
desde la primera fila. Sin embargo, la memoria de su amiga vive en cada mujer,
en cada madre, en cada víctima que Milena ha acompañado desde entonces.
Desde 1981, su activismo en la defensa de los derechos humanos y lo público es su bandera. Con SINTRAENCALI en el corazón, ha sido voz, abrigo, consuelo y grito. Ha cambiado al lado de comunidades desplazadas, de madres que buscan a sus hijos, de sindicalistas perseguidos, de víctimas de un país que aún duele.
Sus luchas no han sido solo externas. También ha sabido batallar por su historia laboral, por el derecho a su pensión, por la verdad que los archivos borraron. Cuando Colpensiones omitió quince años de aportes, fue su memoria, sus constancias, su verdad, la que venció el olvido.
Ama profundamente a la universidad pública, la justicia social, las organizaciones de buscadores de la verdad, los amigos de la paz y en su altar más íntimo habitan sus ancestros y ancestras, que la cuidan desde la raíz profunda de la negritud.
Milena Olave
Hurtado, es una flor que se niega a
marchitar, una guardiana de la memoria, una luchadora con voz dulce, una
psicóloga del alma popular. En ella habita el país que soñamos; uno donde la
solidaridad no se extinga, donde la verdad no se archive, donde la dignidad no
se privatice.
Ella no ha buscado ser heroína. Pero lo es.
Ella no ha querido aplausos. Pero los merece.
Porque cada paso suyo es un poema de lucha.
Y cada palabra suya, es una canción de guaguancó.
Una pachanga y un danzón hecha esperanza.
Por: Jefferson Montaño Palacio
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