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"Isavasya: la voz que canta el río y las manos quedan vida"


"Isavasya: la voz que canta el río y las manos quedan vida"
Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez.                                                                                     

"Isavasya: la voz que canta el río y las manos quedan vida"

Desde la orilla donde el río se entrega al mar, donde el tambor resuena como eco de los ancestros y las olas susurran nombres antiguos, emerge una figura de luz y memoria viva: Ivon Johanna Orejuela Ramírez, a quien llaman Isavasya, aunque algunos la conocen como Isabel o simplemente Tucuta. Es un nombre que danza entre aguas dulces y saladas, que lleva en sus sílabas la vibración de lo sagrado, de lo que no se nombra fácilmente.

Isavasya no solo ha parido cantos, ha recibido vidas. Es partera ancestral, cantaora del alma, mujer-territorio. Las manos que acompañan nacimientos también pintan murales donde el dolor se transforma en esperanza, donde los silencios se llenan de colores, y las paredes gritan lo que la voz a veces calla. En ella canta el Pacífico con su arrullo profundo, pero también vibra el Caribe con su tambor inquieto. Su cuerpo es puente, es raíz que une, es semilla que brota aún en tierra árida.

Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez, invitada especial a encuentro de parteras.

Nació en el sur, creció en el ritmo de Cali y viajó con su historia a cuestas hasta Bogotá cuando apenas tenía 15 años. Lo hizo junto a sus padres, artistas callejeros y mochileros, que le enseñaron que el arte también puede ser una forma de resistir. Pero pronto tuvo que dejar de ser niña. El racismo ese que no siempre se nombra, pero que duele igual, la golpeó antes de saber lo que era. No entendía entonces por qué era tratada diferente, pero sí se preguntaba con fuerza: ¿Qué es ser negra?

Desde pequeña soñaba con ser cantante de salsa, como toda caleña orgullosa de su herencia. El sabor le corría por la sangre; lo llevaba en los pasos de su abuela, en los cantos de sus tías, en las notas que su padre tocaba. Pero la vida la empujó hacia otros caminos. En Cali conoció el Hip Hop, y con él, la posibilidad de ponerle letra a su historia. Su padre, el Blacki, rapero guapireño, le mostró que también en la rima hay espacio para la negritud, para la denuncia, para el alma.

Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez, junto a su grupo músical.

Bogotá, ciudad de contradicciones, la vio formarse en la lucha. Estudió en el Colegio Camilo Torres, y ahí comenzó a forjarse como guerrera. Se cruzó con el pensamiento rastafari, con los ideales del movimiento Black Panther. Comprendió que su cuerpo era también un espacio político. Se enfrentó al racismo, al machismo, al silencio impuesto. Así nació Isavasya: la mujer que canta con 24 semitonos porque el alma no conoce límites musicales, porque hay cosas que solo el espíritu puede enseñar.Hay quienes afinan toda su vida, decía, pero el sabor lo da el espíritu”.

A lo largo de su vida, entendió que su destino no era sólo cantar, sino también recordar, sembrar, sanar. Es madre de tres soles, es tía, madrina, hermana, amiga y abuela guía silenciosa. Para algunos es presencia constante; para otros, un espíritu que aparece cuando más se necesita. Porque Isavasya es eso: una presencia ancestral, una guía de agua dulce, una grieta de luz en la ciudad gris.

Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez, ayudando a dar vida.

Sus raíces están profundamente sembradas: su padre, Luis Armando Orejuela, desde Guapi, Cauca; su madre, María Inés Ramírez, descendiente del pueblo embera-chamí del Huila. De ellos heredó la fuerza, la templanza, el amor por el arte y la comunidad. Y de ese linaje brotó su decisión de estudiar, de profesionalizar su talento sin olvidar su origen. La Universidad Nacional de Colombia fue su siguiente hogar. Allí, entre notas y voces, conoció a Esteban Angulo, quien la acercó al folclor caribeño. Aunque su alma pertenecía al Pacífico, entendió que todos los ríos van al mar y que toda música que viene del pueblo también es suya.

Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez, puesta en escena.

Hizo teatro, grafiti, murales, circo. Pintó la ciudad con los colores del sur, sembró su voz en la coral de la universidad nacional, caminó firme, sin olvidar que era semilla negra, mujer de resistencia, canto y cuidado. Aún hoy, sigue sanando con sus manos y su canto, guiando partos y procesos, recordándole al mundo que parir es también una forma de crear futuro.

Foto: Archivo personal | Ivon Johanna Orejuela Ramírez, compartiendo la palabra ancestral.

Desde la orilla del mar y el río, Isavasya sigue cantando. Porque ella no olvida.

Ella guarda. Ella recuerda.

Es tambor, es palabra, es camino.
Es memoria que vive.
Es amor que acompaña.
Es semilla que siempre vuelve a florecer.


Por: Jefferson Montaño Palacio 


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