No, nos podemos Ignorar
En
Colombia, como en la mayoría del mundo, el 1 de mayo se conmemora el Día Internacional
del Trabajo, fecha clave que reivindica la lucha obrero-popular y los derechos conquistados
a través de sacrificios y pérdidas humanas. Estas conquistas no han dejado de
ser un sinnúmero de luchas permanentes. Sin embargo, EE.UU., el país que fue el
epicentro de los mártires de Chicago en 1886, y Canadá, esta fecha como su
conmemoración fue deliberadamente desplazada al mes de septiembre. No es un
olvido casual, sino una decisión profundamente política.
Por:
Jefferson Montaño Palacio
La
historia nos muestra que el primero de mayo nació como un acto de resistencia
obrera popular contra la explotación laboral y jornadas interminables.
Representa el espíritu de protestas, de críticas radical al orden económico establecido.
Para los líderes yanquis a finales del siglo XIX, ver las calles inundadas de
trabajadores reclamando sus derechos era una amenaza real a la estabilidad del
sistema capitalista. Por eso, en un movimiento tan calculado como cínico, previeron
el “Labor Day”, es decir, el Día del Trabajo en septiembre; una celebración
parcializada, lejos de cualquier recuerdo incómodo de huelgas o protestas,
represión y reivindicación.
En
nuestro país suele vivirse entre marchas, arengas y fiestas. No obstante, se
genera una tensión con el Estado, es imposible no ver el paralelismo: aquí también
se intenta neutralizar la memoria histórica de los movimientos sociales,
despolitizando las luchas y criminalizando la protesta social. En ambos
contextos, el poder le teme a la memoria activa, esa que no solo recuerda, sino
que también inspira e invita a resistir.
El
silenciamiento simbólico que EE.UU., impulsó tiene consecuencias globales. Mucho
del modelo de “celebración laboral” que maquilla la historia real se ha
exportado y normalizado. Pero nosotros no podemos permitirnos olvidar. El 1 de
mayo no es una fiesta laboral; es una jornada de memoria y de lucha. Es un
recordatorio incómodo de que los derechos laborales no fueron concesiones
gracias a los gobiernos, sino conquistas populares que aún hoy deben
defenderse.
Colombia
atraviesa hoy una transición y fenómeno político, siendo la consulta popular
una de las herramientas más nobles de la democracia participativa. De hecho, en
los últimos años hemos visto cómo su espíritu ha sido diluido entre la
desconfianza, la manipulación política y la falta de garantías reales para su
cumplimiento. ¿Qué sentido tiene invitar a decidir a los ciudadanos si sus decisiones
terminan en los almanaques del olvido institucional? ¿Cómo podemos sanar nuestras
heridas colectivas si no salimos a movilizarnos y alzar la voz de forma consciente?
¿Qué significado tiene obedecer el mandato popular en el contexto de sanar a
Colombia? ¿Estamos listos para salir a las calles y caminar junto a la ciudadanía
en busca de justicia social y dignidad?
Las consultas
populares han sido convocadas en principio como un mecanismo legítimo para que
las nuevas ciudadanías puedan opinar sobre asuntos de especial relevancia; la
explotación minera, proyectos de infraestructura, el uso o derecho al
territorio. Sin embargo, la experiencia nos ha mostrado que, en muchos casos,
la voluntad expresada en las urnas es ignorada o vulnerada por intereses económicos
más poderosos que las voces de las nuevas ciudadanías. Cuando esto ocurre, la
democracia pierde su esencia y se convierte en una formalidad vacía, es decir, un
simulacro de participación.
Más
grave es que el ciudadano común, testigo de la indiferencia estatal, se
desaliente y pierda la fe en los procesos democráticos. Cada consulta que no se
respeta hiere profundamente la relación entre el Estado y sus habitantes,
alimentando el cinismo político que corroe nuestras bases sociales.
No
podemos continuar permitiendo que la consulta popular sea tratada como un
simple trámite decorativo. Si realmente queremos construir una democracia sólida
y confiable, debemos transformar este mecanismo en un verdadero contrato
vinculante, dotarlo de dientes jurídicos claros y sanciones efectivas para quienes
desatiendan su resultado.
Propongo
que el país abra una discusión seria y urgente sobre el rediseño de las
consultas populares. Que se establezcan mecanismos de seguimiento ciudadano,
instancias de verificación de cumplimiento y presupuestos garantizados para
hacer efectivas las decisiones tomadas en las urnas. Asimismo, que se impulse
un laboratorio de educación política que dignifique la participación ciudadana,
en vez de verla como una amenaza o un obstáculo para los grandes proyectos de inversión
y derechos de bienestar.
Finalmente,
la consulta popular no puede ser vista como un acto o hecho de rebeldía
irracional, sino como una expresión de inteligencia colectiva, defensa legítima
del territorio, de apuestas por modelos de desarrollo que respeten la vida y
los derechos de las comunidades, pueblos, campesinos y nuevas ciudadanías.
Que no
nos dé miedo consultar y, mucho menos, obedecer el mandato popular. Si queremos
sanar nuestras heridas, empecemos por escuchar y salir a movilizarnos alzando
las voces del pueblo colombiano este 1 de mayo y decirle SÍ a la consulta
popular SÍ a la construcción de un Estado-nación digno y humano.
#SíAlaConsultaPopular #1DíaDelTrabajador #DerechosDeBienestar #GarantiasLaborales
0 Comentarios