Elsi Gabriela Ángulo España: es exilio, memoria y dignidad
Elsi Gabriela Ángulo España nació el 15 de octubre de 1968, en Tumaco, frente al mar que enseña a resistir. Se reconoce raizal de los tres municipios del Triángulo de Telembí, no como una etiqueta, sino como una pertenencia profunda: territorio, río, selva y memoria viva. Su historia, marcada por el amor, la lucha y el exilio, es también la historia de muchas mujeres negras del Pacífico colombiano que aprendieron a no rendirse.
Sus padres se separaron cuando ella era muy niña. Parte de su infancia transcurrió en Roberto Payán, al cuidado de su madre y su abuela. De esa época conserva imágenes entrañables: su abuela asignándoles pequeñas tareas según su edad, enseñándole a pilar el arroz en el pilón africano, mientras su madre, profesora de escuela, sostenía sola a cinco hijos. Allí, sin saberlo, Elsi aprendía disciplina, comunidad y dignidad.
Ya en Tumaco, la infancia fue alegre y libre. Jugaba con sus hermanas y primos, se lanzaba en clavados desde el puente El Pindo, de Tumaco, y prefería competir con los niños antes que quedarse con las muñecas. Esa inclinación le traía castigos: “los juegos de niños no eran para niñas”. Ella no entendía entonces de género, pero sí de injusticia. Le gustaba subirse a los volantes de los aserríos en los patios vecinos y escuchar, fascinada, las historias de los mayores sobre la Tunda, el Riviel y otros seres del imaginario del pueblo afrocolombiano.
Aunque hubo carencias materiales, su infancia fue sana. Elsi señala que Tumaco era tranquilo y la crianza era colectiva: vecinos y familiares también educaban. Su madre, Felipa Mamerta España, viuda de Ángulo, fue estricta, quizás demasiado, pero de ella Elsi heredó valores que marcarían su vida: responsabilidad, honestidad, justicia y respeto.
A finales de los años ochenta comenzó a despertar su conciencia política. Algunas profesoras la retaron a pensar, a leer, a cuestionar. Descubrió el deporte, especialmente el baloncesto y, durante los dos últimos años del bachillerato, se involucró en la defensa del derecho a la educación. En 1987, junto a otros nueve jóvenes, logró ingresar a la Universidad de Nariño. No fue un regalo; fue una conquista.
Su llegada a la universidad fue, como ella misma lo dice, el acto más audaz de su vida. En Tumaco no había universidad y su madre no tenía cómo sostenerla en otra ciudad. Escuchó que el colegio Santa Teresita, donde se graduó, tenía un convenio nunca implementado que otorgaba dos cupos en la Universidad de Nariño. Exigió ese espacio. Hoy es conocido como una acción afirmativa; entonces, fue enfrentarse al racismo institucional. Estuve a punto de perder la esperanza, hasta que contó su historia al obispo Miguel Ángel Lecumberry, quien presionó para que se hiciera efectivo su ingreso.
En 1990, Elsi era la única afrodescendiente en la Facultad de Derecho. El desarraigo y la soledad marcaron esos años. Reconoce que pudo haber sido mejor estudiante, pero también que sobrevivir ya era una hazaña. En ese tiempo conoció a Faustino González, un deportista tumaqueño, quien hoy es su esposo, excampeón mundial de boxeo y entrenador físico. El sostén vino primero de su madre, luego de su pareja, pero sobre todo de su propio tesón y de la convicción de que, sin educación, los afrodescendientes tienen menos oportunidades de ascenso social.
Fue la primera de su familia en graduarse de la universidad. Luego llegó a Bogotá, por unificación familiar y oportunidades laborales, aunque siempre con el deseo intacto de volver al territorio a servir. Tras casi diez años de trabajo en la Fiscalía, regreso al sur: primero a Pasto y luego como fiscal en Barbacoas. Allí, tras pocos meses, fue amenazada. El precio de hacer justicia fue su exilio.
Esa ruptura vital la narró en su primer libro, Revelaciones de una fiscal amenazada: de Telembi a Canadá. En Canadá vivió casi una década. Estudió Justicia Social en la Universidad de Western Ontario, recorrió al menos 21 países y fortaleció su mirada global, aunque África, la raíz, sigue siendo un sueño pendiente. Desde el exilio, junto a su hermana Gloria (q.e.p.d.), impuso una obra social y cofundó la ONG Despertar Tumaco, enfocada en mujeres y jóvenes. Sin proponérselo, se convirtió en vocera de los afrodescendientes en escenarios internacionales, experiencia que la llevó a recibir la beca de Naciones Unidas en Derechos Humanos en 2014.
Su regreso definitivo a Colombia a finales de 2014, dejando en Canadá su primer anillo familiar. Es madre de dos hijos adultos: Andrés Felipe, videógrafo, y Nathalia Alejandra, kinesióloga-osteópata; sus grandes amores son ellos, su esposo Faustino, su madre Felipa, aún viva aunque con quebrantos de salud, sus hermanos los mayores que la guiaron. Guarda en su corazón a quienes ya partieron: sus hermanos Gloria y Harry y su padre, Emeterio Aquino Ángulo, quien no la crió, pero forma parte de su historia.
Su activismo fue una decisión mediante una consecuencia: comprendió que, si una hija de profesora no tenía acceso a la universidad, ¿qué les esperaba a los hijos de pescadores y agricultores analfabetas? Así surgió la metáfora “el círculo de la pobreza”, que aún considera vigente. También fue clave haber escuchado a Juan de Dios Mosquera, en una conversación casual, hablar de lo afro, en un contexto donde ni profesores ni mayores le habían ofrecido referentes bibliográficos que afirmarán su identidad.
Como mujer afrocolombiana, la defensa de derechos propios y ajenos se volvió inevitable cuando en Bogotá tuvo que interponer una tutela por el derecho a la educación y la no discriminación de su hijo; también enfrentó discriminación en entidades del Estado, incluso después de ascender educativamente. El racismo, aprendido, no se disuelve con títulos.
Hoy, como funcionaria de Ecopetrol, observa cómo el racismo institucional sigue operando de forma silenciosa. Sabe que quienes logran entrar a esas estructuras no pueden acomodarse para sobrevivir: deben levantar la mano, ser estratégicos y empujar cambios, aunque sean lentos. También interpela a quienes están afuera: las transformaciones no ocurren de la noche a la mañana, requieren alianzas y menos hostigamiento hacia quienes abren grietas desde dentro.
Les pide a las nuevas generaciones que valoren las luchas previas, que recuerden que muchas becas y oportunidades existen porque otros “patearon las puertas”. Les recuerda que el valor no lo da un título, sino la capacidad de servir; que luchen contra el racismo desde una conciencia afrocentrada. Que no se traicionen intentando ser cualquier cosa menos negros. Que regresen a sus territorios, que no estudien para saquear a sus pueblos, sino para transformarlos: que no desfallezcan aunque haya quien divida.
La vida de Elsi Gabriela Ángulo España es una historia donde el exilio no fue silencio, sino escuela; donde el dolor se convirtió en palabra, y la palabra en acción. Una mujer del Pacífico que aprendió, desde niña, que la dignidad también se defiende remando contra la corriente.
Por: Jefferson Montaño Palacio








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