¿No aprendimos de los silencios con Haití?
La historia Latinoamericana y Caribeña parece condenada a repetir sus propios errores, sobre todo cuando se trata de los pueblos negros. Hoy, mientras Washington anuncia una posible intervención militar en Venezuela bajo el viejo pretexto de la “defensa de la democracia”, el movimiento negro regional guarda un silencio que duele. Se escucha algún comunicado aislado, alguna consigna nostálgica en redes, pero la marea no se levanta. Esa prudencia —o cobardía política— contrasta con el fuego de las calles venezolanas, donde la dignidad resiste entre sanciones, hambre inducida y un cerco mediático sin fisuras.
¿Dónde están las voces que alguna vez gritaron por Haití, por Cuba, por Angola? ¿Dónde quedaron los tambores que unieron a las Américas negras en su largo camino por la libertad?
Por: Romero Rodríguez Durán
El
espejo haitiano: la primera advertencia ignorada.
En
1804, Haití proclamó su independencia enfrentando al imperio francés y al
racismo del mundo occidental. Lo que siguió fue una venganza estructural:
bloqueos, aislamiento y una deuda impositiva que drenó al primer Estado negro
del planeta. Dos siglos después, el país sigue pagando con pobreza y
ocupaciones el atrevimiento de haber derrotado a los blancos.
El
movimiento afrodescendiente regional, salvo honrosas excepciones, ha sido
incapaz de hacer de Haití una causa permanente. Ni los gobiernos progresistas,
ni las organizaciones negras con representación institucional lograron
construir una solidaridad política sostenida. Se habló mucho del “símbolo”
haitiano, pero poco del pueblo real que se hundía entre misiones extranjeras,
corrupción inducida y racismo global.
Ese
silencio histórico —esa comodidad diplomática— se repite hoy frente a
Venezuela. No aprendimos que el enemigo no se cansa. Cuando las potencias no
logran domesticar a un pueblo por las armas, lo destruyen por dentro:
sanciones, hambre, desprestigio mediático, sabotaje económico. Lo hicieron con
Haití; lo ensayan ahora con Caracas.
La
retórica sin cuerpo del antirracismo.
El
discurso antirracista latinoamericano ha ganado visibilidad, pero también
burocracia. Se multiplican los foros, los decálogos, las semanas de la
afrodescendencia, las fotos con banderas panafricanas. Pero cuando un país con
mayoría mestiza y negra —como Venezuela— es acorralado por los mismos poderes
coloniales que desangraron África y el Caribe, el silencio vuelve a ser la
respuesta.
La
pregunta es brutal: ¿para qué sirve un movimiento negro que no se pronuncia
frente al imperialismo? ¿Cómo se explica que, mientras Estados Unidos amenaza
con “acciones decisivas”, los colectivos afros de la región se pierdan en
debates estériles sobre lenguaje inclusivo o representatividad simbólica?
Hay
una contradicción profunda entre el discurso emancipador y la práctica
política. El racismo estructural no puede combatirse sin cuestionar el sistema
mundial que lo produce: capitalismo, colonialismo y supremacismo blanco. Pero
muchos movimientos negros, atrapados en la lógica de las ONG y los fondos
internacionales, han cambiado la denuncia radical por proyectos financiados que
exigen neutralidad política. Y esa neutralidad —en contextos de agresión
imperial— no es prudencia: es complicidad.
Venezuela:
un laboratorio de resistencia.
Más
allá de simpatías o discrepancias con el chavismo, hay hechos innegables.
Venezuela ha sido blanco de más de 900 sanciones internacionales. Su oro fue
robado por el Reino Unido. Su petróleo fue bloqueado por Estados Unidos. Su
economía estrangulada. Y todo ello mientras las potencias que destruyeron
Libia, Irak o Siria hablan de “crisis humanitaria” y “dictadura”.
En
las calles de Caracas y Maracaibo, miles de afrodescendientes sobreviven en los
márgenes del bloqueo. Son los nietos de los cimarrones del Caribe, los hijos de
los trabajadores del petróleo, los rostros invisibles de la resistencia diaria.
En los barrios del litoral central, en Barlovento, en las comunidades de El
Callao, el color de la pobreza y de la dignidad es negro.
Por
eso el silencio del movimiento afrodescendiente regional no solo es político:
es moralmente inadmisible. Si la historia del Atlántico negro tiene algún
sentido, debería ser la de la solidaridad activa con quienes hoy enfrentan el
mismo patrón colonial. Pero las consignas se han domesticado, los liderazgos se
han vuelto cómodos, y los tambores parecen sonar solo en los festivales
financiados por embajadas europeas.
La
herencia panafricana que olvidamos.
Desde
los tiempos de Nkrumah, Fanon y Malcolm X, el panafricanismo no fue un mero
sentimiento de identidad; fue una praxis política. Era el deber de los pueblos
negros organizarse frente al imperialismo, denunciar sus máscaras, y tender
puentes entre África, el Caribe y América Latina. Esa herencia hoy está
sepultada bajo capas de retórica multicultural.
Mientras
África busca reposicionarse en el mundo multipolar, mientras los BRICS ofrecen
nuevos escenarios de cooperación Sur-Sur, gran parte del movimiento negro
latinoamericano sigue mirando hacia el norte, esperando aprobación o recursos.
El
resultado: una timidez que se disfraza de prudencia diplomática, pero que en el
fondo es miedo. Miedo a quedar fuera de los programas de cooperación. Miedo a
perder visibilidad en el circuito institucional. Miedo, en última instancia, a
ser verdaderamente revolucionario.
Haití,
Venezuela y la pedagogía del castigo.
La
lógica imperial es pedagógica: castiga al desobediente para que el resto
aprenda. Haití fue el ejemplo fundacional; Venezuela, el laboratorio
contemporáneo. En ambos casos, el mensaje es el mismo: los pueblos que desafían
el orden colonial deben ser quebrados.
Pero
también hay una pedagogía del silencio. Los movimientos sociales que callan
aprenden a convivir con la injusticia. Normalizan la agresión cuando el
agredido no encaja en su estética política. El racismo internalizado actúa en
silencio: algunos no ven en los venezolanos afrodescendientes un espejo, sino
una distancia. Olvidan que la pobreza y el color de piel siguen siendo las
coordenadas del desprecio global.
Romero Rodríguez Durán
Director general de Organizaciones Mundo Afro, fundador de la Alianza Estratégica de Organizaciones Afrolatinoamericanas y Caribeñas en el proceso de la III Conferencia Mundial Contra el Racismo, la Xenofobia y Todas las Formas Conexas de Intolerancia; Consultor en Afrodescendencia y Racismo de Unicef Regional, SEPPIR, PNUD; asesor honorario del expresidente Tabaré Vázquez en Discriminación y Racismo; exembajador itinerante del Ministerio de Relaciones Exteriores para África y la Diáspora Africana en las Américas y el Caribe.

0 Comentarios