Licenia
Salazar Ibarguen: es vida y entrega a las causas nobles
En el corazón del Pacífico colombiano, donde la
lluvia canta sobre los tejados y el mar abraza las orillas, nació hace 64 años
una mujer destinada a caminar la vida con bondad, firmeza y una inteligencia
luminosa: Licenia Salazar Ibarguen. Nació en Condoto, Chocó, pero
su memoria más tierna se enraíza en Buenaventura, adonde llegó siendo
apenas una niña de cuatro años junto a sus padres y sus seis hermanos.
Creció en la calle La Virgen de Fátima, entre primos, tías, vecinos y risas que todavía hoy recuerda con la nitidez del cariño. Allí, rodeada de afecto y del ejemplo sabio de sus padres —don Vicente Salazar, funcionario público chocoano, y su madre, maestra de alma y profesión—, aprendió que la vida se honra con trabajo, decencia y generosidad. Aún guarda como un tesoro las palabras del maestro Raúl Cuero, quien repetía que quienes crecieron en Buenaventura no conocían el racismo, “porque todos éramos iguales”. Esa idea, sembrada en su infancia, floreció luego en su vida de servicio y lucha.
Estudió en la escuela pública San Rafael y
realizó su bachillerato en la Normal Juan Ladrilleros, donde construyó
lazos tan sólidos que, décadas después, esas mismas compañeras continúan siendo
hermanas elegidas por la vida.
A los 18 años emprendió un viaje decisivo: Bogotá. Allí soñó en grande, se retó, se presentó a la Universidad Nacional para estudiar Bacteriología, y aunque la vida le propuso otro rumbo, lo abrazó con dignidad. Meses más tarde ingresó a la Universidad La Salle, donde finalmente se formó como optómetra. En la capital también conoció a quien sería su compañero de vida, el padre de sus tres hijos: Aroldo José, Luisa María y Jessica Isabel, hoy profesionales íntegros que honran su ejemplo.
En 1992 retornó a Buenaventura con la convicción de
servir. Allí fue pionera: durante años fue la única optómetra ejerciendo
con amor profundo por su comunidad. Su consultorio, su óptica, no solo devolvía
visión, sino también dignidad. Dio empleo, formó equipos, acompañó procesos y
construyó una empresa que durante 17 años fue un faro de servicio.
Gracias a este trabajo, pudo pensionarse junto a quienes caminaron ese trayecto
a su lado. Para ella, esos años siguen siendo uno de los mayores regalos de
su vida.
El espíritu inquieto de Licenia la llevó luego a roles públicos de enorme responsabilidad. Trabajó en la Alcaldía de Buenaventura, fue asesora del exgobernador Juan Carlos Abadía al llegar a Cali en 2008, gerente del Hospital Mario Correa Rengifo, secretaria de Salud en Villa Rica y, finalmente, gerente del Hospital Departamental de Tuluá en 2014. Cada paso lo cumplió con la disciplina y la ética que heredó de sus padres.
Su activismo social tomó fuerza también en 2008,
cuando asumió la articulación del pueblo negro afrocolombiano desde la
Gobernación del Valle. Aquel trabajo abrió puertas, alianzas y sueños que luego
cultivó en su Centro de Estudios Políticos y Sociales del Pueblo Afro –
CEPSAFRO, obra que recoge la esencia de su vida: servicio, estudio y lucha
por la dignidad colectiva.
Licenia es, además, una mujer formada por referentes nobles. En lo político, admira a Jorge Eliécer Gaitán y a Eusebio Muñoz Perea, cuyos legados de justicia y disciplina marcaron su pensamiento. En lo social, recuerda con devoción a Isabel Ávila y a las hermanas misioneras del Bajo San Juan, quienes llevaron salud y armonía a comunidades olvidadas. Y en lo espiritual, guarda en su corazón a monseñor Gerardo Valencia Cano, referente de fe y amor al prójimo que iluminó su infancia.
Hoy, sus grandes amores la sostienen: sus tres
hijos, su esposo, sus tres nietos, su sobrino Edgar Varón y su pequeña
sobrina-nieta Taliana, a quienes ama con la ternura de quien entiende que la
familia es un refugio y una misión.
Al preguntarle cómo quiere ser recordada, su
respuesta es un espejo de su alma:
“Como una mujer estudiosa, servicial, profundamente humana, entregada a las
causas nobles y al bienestar de su pueblo afrocolombiano”. Se sonríe
mientras responde.
Y esa es, precisamente, la memoria que deja: la de
una mujer íntegra, de sonrisa serena, de espíritu bondadoso y convicción férrea;
una mujer que ha sabido convertir cada etapa de su vida en una oportunidad para
servir, construir y amar.
La maestra Licenia Salazar Ibarguen no es solo una
profesional ejemplar, ni solo una líder social o una madre dedicada. Es, ante
todo, una luz hecha de historia, dignidad y afecto, una mujer que sembró
en su tierra las semillas de la esperanza… y que hoy sigue floreciendo en cada
persona que la ha conocido.
Por: Jefferson Montaño Palacio






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